PRIMERA PARTE 
			LA PROFESIÓN DE LA FE
			
			SEGUNDA SECCIÓN:
			LA
			PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA
			
			CAPÍTULO PRIMERO 
			 CREO EN DIOS PADRE
			
			ARTÍCULO 1
			«CREO EN DIOS, PADRE TODOPODEROSO,
			CREADOR
			DEL CIELO Y DE LA TIERRA»
			
			Párrafo 4
			EL CREADOR
			
			279 "En el principio, Dios creó el cielo y la tierra" (Gn 1,1). Con
			estas palabras solemnes comienza la Sagrada Escritura. El Símbolo de la fe las
			recoge confesando a Dios Padre Todopoderoso como "el Creador del cielo y de
			la tierra", "del universo visible e invisible". Hablaremos, pues,
			primero del Creador, luego de su creación, finalmente de la caída del pecado
			de la que Jesucristo, el Hijo de Dios, vino a levantarnos.
			280 La creación es
			el  fundamento de "todos los designios salvíficos de Dios", "el
			comienzo de la historia de la salvación" (DCG 51), que culmina en Cristo.
			Inversamente, el Misterio de Cristo es la luz decisiva sobre el Misterio de la
			creación; revela el fin en vista del cual, "al principio, Dios creó el
			cielo y la tierra" (Gn 1,1): desde el principio Dios preveía la gloria de
			la nueva creación en Cristo (cf. Rom 8,18-23).
			281 Por esto, las lecturas de la
			Noche Pascual, celebración de la creación nueva en Cristo, comienzan con el
			relato de la creación; de igual modo, en la liturgia bizantina, el relato de la
			creación constituye siempre la primera lectura de las vigilias de las grandes
			fiestas del Señor. Según el testimonio de los antiguos, la instrucción de los
			catecúmenos para el bautismo sigue el mismo camino (cf. Aeteria, pereg. 46; S.
			Agustín, catech. 3,5).
			I La
			catequesis sobre la Creación
			
			282 La catequesis
			sobre la Creación reviste una importancia capital. Se refiere a los fundamentos
			mismos de la vida humana y cristiana: explicita la respuesta de la fe cristiana
			a la pregunta básica que los hombres de todos los tiempos se han formulado:
			"¿De dónde venimos?" "¿A dónde vamos?" "¿Cuál es
			nuestro origen?" "¿Cuál es nuestro fin?" "¿De dónde
			viene y a dónde va todo lo que existe?" Las dos cuestiones, la del origen
			y la del fin, son inseparables. Son decisivas para el sentido y la orientación
			de nuestra vida y nuestro obrar.
			
			283 La cuestión sobre los orígenes del mundo
			y del hombre es objeto de numerosas investigaciones científicas que han
			enriquecido magníficamente nuestros conocimientos sobre la edad y las
			dimensiones del cosmos, el devenir de las formas vivientes, la aparición del
			hombre. Estos descubrimientos nos invitan a admirar más la grandeza del
			Creador, a darle gracias por todas sus obras y por la inteligencia y la
			sabiduría que da a los sabios e investigadores. Con Salomón, estos pueden
			decir: "Fue él quien me concedió el conocimiento verdadero de cuanto
			existe, quien me dio a conocer la estructura del mundo y las propiedades de los
			elementos...porque la que todo lo hizo, la Sabiduría, me lo enseñó" (Sb
			7,17-21).
			
			284 El gran interés que despiertan a estas investigaciones está
			fuertemente estimulado por una cuestión de otro orden, y que supera el dominio
			propio de las ciencias naturales. No se trata sólo de saber cuándo y cómo ha
			surgido materialmente el cosmos, ni cuando apareció el hombre, sino más bien
			de descubrir cuál es el sentido de tal origen: si está gobernado por el azar,
			un destino ciego, una necesidad anónima, o bien por un Ser transcendente,
			inteligente y bueno, llamado Dios. Y si el mundo procede de la sabiduría y de
			la bondad de Dios, ¿por qué existe el mal? ¿de dónde viene? ¿quién es
			responsable de él? ¿dónde está la posibilidad de liberarse del mal?
			
			285
			Desde sus comienzos, la fe cristiana se ha visto confrontada a respuestas
			distintas de las suyas sobre la cuestión de los orígenes. Así, en las
			religiones y culturas antiguas encontramos numerosos mitos referentes a los
			orígenes. Algunos filósofos han dicho que todo es Dios, que el mundo es Dios,
			o que el devenir del mundo es el devenir de Dios (panteísmo); otros han dicho
			que el mundo es una emanación necesaria de Dios, que brota de esta fuente y
			retorna a ella ; otros han afirmado incluso la existencia de dos principios
			eternos, el Bien y el Mal, la Luz y las Tinieblas, en lucha permanente
			(dualismo, maniqueísmo); según algunas de estas concepciones, el mundo (al
			menos el mundo material) sería malo, producto de una caída, y por tanto que se
			ha de rechazar y superar (gnosis); otros admiten que el mundo ha sido hecho por
			Dios, pero a la manera de un relojero que, una vez hecho, lo habría abandonado
			a él mismo (deísmo); otros, finalmente, no aceptan ningún origen
			transcendente del mundo, sino que ven en él el puro juego de una materia que ha
			existido siempre (materialismo). Todas estas tentativas dan testimonio de la
			permanencia y de la universalidad de la cuestión de los orígenes. Esta
			búsqueda es inherente al hombre.
			
			286 La inteligencia humana puede ciertamente
			encontrar ya una respuesta a la cuestión de los orígenes. En efecto, la
			existencia de Dios Creador puede ser conocida con certeza por sus obras gracias
			a la luz de la razón humana (DS: 3026), aunque este conocimiento es con
			frecuencia oscurecido y desfigurado por el error. Por eso la fe viene a
			confirmar y a esclarecer la razón para la justa inteligencia de esta verdad:
			"Por la fe, sabemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de
			manera que lo que se ve resultase de lo que no aparece" (Hb 11,3).
			
			287 La verdad en la creación es tan
			importante para toda la vida humana que Dios, en su ternura, quiso revelar a su
			pueblo todo lo que es saludable conocer a este respecto. Más allá del
			conocimiento natural que todo hombre puede tener del Creador (cf. Hch 17,24-29;
			Rom 1,19-20), Dios reveló progresivamente a Israel el misterio de la creación.
			El que eligió a los patriarcas, el que hizo salir a Israel de Egipto y que, al
			escoger a Israel, lo creó y formó (cf. Is 43,1), se revela como aquel a quien
			pertenecen todos los pueblos de la tierra y la tierra entera, como el único
			Dios que "hizo el cielo y la tierra" (Sal 115,15;124,8;134,3).
			
			288 Así, la revelación de la creación es
			inseparable de la revelación y de la realización de la Alianza del Dios
			único, con su Pueblo. La creación es revelada como el primer paso hacia esta
			Alianza, como el primero y universal testimonio del amor todopoderoso de Dios
			(cf. Gn 15,5; Jr 33,19-26). Por eso, la verdad de la creación se expresa con un
			vigor creciente en el mensaje de los profetas (cf. Is 44,24), en la oración de
			los salmos (cf. Sal 104) y de la liturgia, en la reflexión de la sabiduría
			(cf. Pr 8,22-31) del Pueblo elegido.
			
			289 Entre todas las palabras de la Sagrada
			Escritura sobre la creación, los tres primeros capítulos del Génesis ocupan
			un lugar único. Desde el punto de vista literario, estos textos pueden tener
			diversas fuentes. Los autores inspirados los han colocado al comienzo de la
			Escritura de suerte que expresa, en su lenguaje solemne, las verdades de la
			creación, de su origen y de su fin en Dios, de su orden y de su bondad, de la
			vocación del hombre, finalmente, del drama del pecado y de la esperanza de la
			salvación. Leídas a la luz e Cristo, en la unidad de la Sagrada Escritura y en
			la Tradición viva de la Iglesia, estas palabras siguen siendo la fuente
			principal para la catequesis de los Misterios del "comienzo":
			creación, caída, promesa de la salvación.
			
			II
			La Creación: obra de la Santísima Trinidad
			
			290 "En el principio, Dios creó el
			cielo y la tierra": tres cosas se afirman en estas primeras palabras de la
			Escritura: el Dios eterno ha dado principio a todo lo que existe fuera de él.
			El solo es creador (el verbo "crear" -en hebreo "bara"-tiene
			siempre por sujeto a Dios). La totalidad de lo que existe (expresada por la
			fórmula "el cielo y la tierra") depende de aquel que le da el ser.
			
			291 "En el principio existía el
			Verbo... y el Verbo era Dios...Todo fue hecho por él y sin él nada ha sido
			hecho" (Jn 1,1-3). El Nuevo Testamento revela que Dios creó todo por el
			Verbo Eterno, su Hijo amado. "En el fueron creadas todas las cosas, en los
			cielos y en la tierra...todo fue creado por él y para él, él existe con
			anterioridad a todo y todo tiene en él su consistencia" (Col 1, 16-17). La
			fe de la Iglesia afirma también la acción creadora del Espíritu Santo: él es
			el "dador de vida" (Símbolo de Nicea-Constantinopla), "el
			Espíritu Creador" ("Veni, Creator Spiritus"), la "Fuente de
			todo bien" (Liturgia bizantina, tropario de vísperas de Pentecostés).
			
			292 La acción creadora del Hijo y del
			Espíritu, insinuada en el Antiguo Testamento (cf. Sal 33,6;104,30; Gn 1,2-3),
			revelada en la Nueva Alianza, inseparablemente una con la del Padre, es
			claramente afirmada por la regla de fe de la Iglesia: "Sólo existe un
			Dios...: es el Padre, es Dios, es el Creador, es el Autor, es el Ordenador. Ha
			hecho todas las cosas por sí mismo, es decir, por su Verbo y por su
			Sabiduría" (S. Ireneo, haer. 2,30,9), "por el Hijo y el
			Espíritu", que son como "sus manos" (ibid., 4,20,1). La
			creación es la obra común de la Santísima Trinidad.
			
			III
			“El mundo ha sido creado para la gloria de Dios”
			
			293 Es una verdad fundamental que la
			Escritura y la Tradición no cesan de enseñar y de celebrar: "El mundo ha
			sido creado para la gloria de Dios" (Cc. Vaticano I: DS 3025). Dios ha
			creado todas las cosas, explica S. Buenaventura, "non propter gloriam
			augendam, sed propter gloriam manifestandam et propter gloriam suam
			communicandam" ("no para aumentar su gloria, sino para manifestarla y
			comunicarla") (sent. 2,1,2,2,1). Porque Dios no tiene otra razón para
			crear que su amor y su bondad: "Aperta manu clave amoris creaturae
			prodierunt" ("Abierta su mano con la llave del amor surgieron las
			criaturas") (S. Tomás de A. sent. 2, prol.) Y el Concilio Vaticano I
			explica:
			
En su bondad y por su fuerza todopoderosa, no para
aumentar su bienaventuranza, ni para adquirir su perfección, sino para
manifestarla por los bienes que otorga a sus criaturas, el solo verdadero Dios,
en su libérrimo designio , en el comienzo del tiempo, creó de la nada a la vez
una y otra criatura, la espiritual y la corporal (DS 3002).
			294 La gloria de Dios consiste en que se
			realice esta manifestación y esta comunied propter gloriam manifestandam et propter gloriam suam
			communicandam" ("no para aumentar su gloria, sino para manifestarla y
			comunicarla") (sent. 2,1,2,2,1). Porque Dios no tiene otra razón para
			crear que su amor y su bondad: "Aperta manu clave amoris creaturae
			prodierunt" ("Abierta su mano con la llave del amor surgieron las
			criaturas") (S. Tomás de A. sent. 2, prol.) Y el Concilio Vaticano I
			explica:
			
En su bondad y por su fuerza todopoderosa, no para
aumentar su bienaventuranza, ni para adquirir su perfección, sino para
manifestarla por los bienes que otorga a sus criaturas, el solo verdadero Dios,
en su libérrimo designio , en el comienzo del tiempo, creó de la nada a la vez
una y otra criatura, la espiritual y la corporal (DS 3002).
			294 La gloria de Dios consiste en que se
			realice esta manifestación y esta comunicación de su bondad para las cuales el
			mundo ha sido creado. Hacer de nosotros "hijos adoptivos por medio de
			Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria
			de su gracia" (Ef 1,5-6): "Porque la gloria de Dios es el hombre vivo,
			y la vida del hombre es la visión de Dios: si ya la revelación de Dios por la
			creación procuró la vida a todos los seres que viven en la tierra, cuánto
			más la manifestación del Padre por el Verbo procurará la vida a los que ven a
			Dios" (S. Ireneo, haer. 4,20,7). El fin último de la creación es que Dios
			, "Creador de todos los seres, se hace por fin `todo en todas las cosas' (1
			Co 15,28), procurando al mismo tiempo su gloria y nuestra felicidad" (AG
			2).
			
			IV El
			misterio de la Creación
			
Dios crea por sabiduría y por amor
			295 Creemos que Dios creó el mundo según su
			sabiduría (cf. Sb 9,9). Este no es producto de una necesidad cualquiera, de un
			destino ciego o del azar. Creemos que procede de la voluntad libre de Dios que
			ha querido hacer participar a las criaturas de su ser, de su sabiduría y de su
			bondad: "Porque tú has creado todas las cosas; por tu voluntad lo que no
			existía fue creado" (Ap 4,11). "¡Cuán numerosas son tus obras,
			Señor! Todas las has hecho con sabiduría" (Sal 104,24 "Bueno es el
			Señor para con todos, y sus ternuras sobre todas sus obras" (Sal 145,9).
			
Dios crea “de la nada”
			296 Creemos que Dios no necesita nada preexistente ni ninguna ayuda para
			crear (cf. Cc. Vaticano I: DS 3022). La creación tampoco es una emanación
			necesaria de la substancia divina (cf. Cc. Vaticano I: DS 3023-3024). Dios crea
			libremente " de la nada" (DS 800; 3025):
			
¿Qué tendría de extraordinario si Dios hubiera sacado el mundo de una materia
preexistente? Un artífice humano, cuando se le da un material, hace de él todo
lo que quiere. Mientras que el poder de Dios se muestra precisamente cuando
parte de la nada para hacer todo lo que quiere (S. Teófilo de Antioquía,
Autol. 2,4).
			297 La fe en la creación "de la nada" está atestiguada en la
			Escritura como una verdad llena de promesa y de esperanza. Así la madre de los
			siete hijos macabeos los alienta al martirio:
			
Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas, ni fui yo quien os regaló el
espíritu y la vida, ni tampoco organicé yo los elementos de cada uno. Pues
así el Creador del mundo, el que modeló al hombre en su nacimiento y proyectó
el origen de todas las cosas, os devolverá el espíritu y la vida con
misericordia, porque ahora no miráis por vosotros mismos a causa de sus
leyes...Te ruego, hijo, que mires al cielo y a la tierra y, al ver todo lo que
hay en ellos, sepas que a partir de la nada lo hizo Dios y que también el
género humano ha llegado así a la existencia (2 M 7,22-23.28).
			298 Puesto que Dios puede crear de la nada, puede por el Espíritu Santo
			dar la vida del alma a los pecadores creando en ellos un corazón puro (cf. Sal
			51,12), y la vida del cuerpo a los difuntos mediante la Resurrección. El
			"da la vida a los muertos y llama a las cosas que no son para que
			sean" (Rom 4,17). Y puesto que, por su Palabra, pudo hacer resplandecer la
			luz en las tinieblas (cf. Gn 1,3), puede también dar la luz de la fe a los que
			lo ignoran (cf. 2 Co 4,6).
			
Dios crea un mundo ordenado y bueno
			299 Porque Dios crea con sabiduría, la creación está ordenada:
			"Tú todo lo dispusiste con medida, número y peso" (Sb 11,20). Creada
			en y por el Verbo eterno, "imagen del Dios invisible" (Col 1,15), la
			creación está destinada, dirigida al hombre, imagen de Dios (cf. Gn 1,26),
			llamado a una relación personal con Dios. Nuestra inteligencia, participando en
			la luz del Entendimiento divino, puede entender lo que Dios nos dice por su
			creación (cf. Sal 19,2-5), ciertamente no sin gran esfuerzo y en un espíritu
			de humildad y de respeto ante el Creador y su obra (cf. Jb 42,3). Salida de la
			bondad divina, la creación participa en esa bondad ("Y vio Dios que era
			bueno...muy bueno": Gn 1,4.10.12.18.21.31). Porque la creación es querida
			por Dios como un don dirigido al hombre, como una herencia que le es destinada y
			confiada. La Iglesia ha debido, en repetidas ocasiones, defender la bondad de la
			creación, comprendida la del mundo material (cf. DS 286; 455-463; 800; 1333;
			3002).
			
Dios transciende la creación y está presente en ella
			300 Dios es infinitamente más grande que todas sus obras (cf. Si 43,28):
			"Su majestad es más alta que los cielos" (Sal 8,2), "su grandeza
			no tiene medida" (Sal 145,3). Pero porque es el Creador soberano y libre,
			causa primera de todo lo que existe, está presente en lo más íntimo de sus
			criaturas: "En el vivimos, nos movemos y existimos" (Hch 17,28).
			Según las palabras de S. Agustín, Dios es "superior summo meo et interior
			intimo meo" ("Dios está por encima de lo más alto que hay en mí y
			está en lo más hondo de mi intimidad") (conf. 3,6,11).
			
Dios mantiene y conduce la creación
			301 Realizada la creación, Dios no abandona su criatura a ella misma. No
			sólo le da el ser y el existir, sino que la mantiene a cada instante en el ser,
			le da el obrar y la lleva a su término. Reconocer esta dependencia completa con
			respecto al Creador es fuente de sabiduría y de libertad, de gozo y de
			confianza:
			
Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces pues, si algo odiases,
no lo hubieras creado. Y ¿cómo podría subsistir cosa que no hubieses querido?
¿Cómo se conservaría si no la hubieses llamado? Mas tú todo lo perdonas
porque todo es tuyo, Señor que amas la vida (Sb 11, 24-26).
			V
			Dios realiza su designio: La divina Providencia
			
			302 La creación tiene su bondad y su perfección
			propias, pero no salió plenamente acabada de las manos del Creador. Fue
			creada "en estado de vía" ("In statu viae") hacia una
			perfección última todavía por alcanzar, a la que Dios la destinó. Llamamos
			divina providencia a las disposiciones por las que Dios conduce la obra de su
			creación hacia esta perfección:
			
Dios guarda y gobierna por su providencia todo lo que creó,
"alcanzando con fuerza de un extremo al otro del mundo y disponiéndolo
todo con dulzura" (Sb 8, 1). Porque "todo está desnudo y patente
a sus ojos" (Hb 4, 13), incluso lo que la acción libre de las
criaturas producirá (Cc. Vaticano I: DS 3003).
			303 El testimonio de la Escritura es unánime: la
			solicitud de la divina providencia es concreta e inmediata;
			tiene cuidado de todo, de las cosas más pequeñas hasta los grandes
			acontecimientos del mundo y de la historia. Las Sagradas Escrituras afirman
			con fuerza la soberanía absoluta de Dios en el curso de los acontecimientos:
			"Nuestro Dios en los cielos y en la tierra, todo cuanto le place lo
			realiza" (Sal 115, 3); y de Cristo se dice: "si él abre, nadie
			puede cerrar; si él cierra, nadie puede abrir" (Ap 3, 7); "hay
			muchos proyectos en el corazón del hombre, pero sólo el plan de Dios se
			realiza" (Pr 19, 21).
			
			304 Así vemos al Espíritu Santo, autor principal de
			la Sagrada Escritura atribuir con frecuencia a Dios acciones sin mencionar
			causas segundas. Esto no es "una manera de hablar" primitiva, sino
			un modo profundo de recordar la primacía de Dios y su señorío absoluto
			sobre la historia y el mundo (cf Is 10, 5-15; 45, 5-7; Dt 32, 39; Si 11, 14) y
			de educar así para la confianza en El. La oración de los salmos es la gran
			escuela de esta confianza (cf Sal 22; 32; 35; 103; 138).
			
			305 Jesús pide un abandono filial en la providencia
			del Padre celestial que cuida de las más pequeñas necesidades de sus hijos:
			"No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿qué vamos a comer? ¿qué
			vamos a beber?... Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de
			todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os
			darán por añadidura" (Mt 6, 31-33; cf 10, 29-31).
			
La providencia y las causas segundas
			306 Dios es el Señor soberano de su designio. Pero
			para su realización se sirve también del concurso de las criaturas. Esto no
			es un signo de debilidad, sino de la grandeza y bondad de Dios Todopoderoso.
			Porque Dios no da solamente a sus criaturas la existencia, les da también la
			dignidad de actuar por sí mismas, de ser causas y principios unas de otras y
			de cooperar así a la realización de su designio.
			
			307 Dios concede a los hombres incluso poder participar
			libremente en su providencia confiándoles la responsabilidad de
			"someter'' la tierra y dominarla (cf Gn 1, 26-28). Dios da así a los
			hombres el ser causas inteligentes y libres para completar la obra de la
			Creación, para perfeccionar su armonía para su bien y el de sus prójimos.
			Los hombres, cooperadores a menudo inconscientes de la voluntad divina, pueden
			entrar libremente en el plan divino no sólo por su acciones y sus oraciones,
			sino también por sus sufrimientos (cf Col I, 24) Entonces llegan a ser
			plenamente "colaboradores de Dios" (1 Co 3, 9; 1 Ts 3, 2) y de su
			Reino (cf Col 4, 11).
			
			308 Es una verdad inseparable de la fe en Dios Creador:
			Dios actúa en las obras de sus criaturas. Es la causa primera que opera en y
			por las causas segundas: "Dios es quien obra en vosotros el querer y el
			obrar, como bien le parece" (Flp 2, 13; cf 1 Co 12, 6). Esta verdad,
			lejos de disminuir la dignidad de la criatura, la realza. Sacada de la nada
			por el poder, la sabiduría y la bondad de Dios, no puede nada si está
			separada de su origen, porque "sin el Creador la criatura se diluye"
			(GS 36, 3); menos aún puede ella alcanzar su fin último sin la ayuda de la
			gracia (cf Mt 19, 26; Jn 15, 5; Flp 4, 13).
			
La providencia y el escándalo del mal
			309 Si Dios Padre Todopoderoso, Creador del mundo
			ordenado y bueno, tiene cuidado de todas sus criaturas, ¿por qué existe el
			mal? A esta pregunta tan apremiante como inevitable, tan dolorosa como
			misteriosa no se puede dar una respuesta simple. El conjunto de la fe
			cristiana constituye la respuesta a esta pregunta: la bondad de la creación,
			el drama del pecado, el amor paciente de Dios que sale al encuentro del hombre
			con sus Alianzas, con la Encarnación redentora de su Hijo, con el don del
			Espíritu, con la congregación de la Iglesia, con la fuerza de los
			sacramentos, con la llamada a una vida bienaventurada que las criaturas son
			invitadas a aceptar libremente, pero a la cual, también libremente, por un
			misterio terrible, pueden negarse o rechazar. No hay un rasgo del mensaje
			cristiano que no sea en parte una respuesta a la cuestión del mal.
			
			310 Pero ¿por qué Dios no creó un mundo tan perfecto
			que en él no pudiera existir ningún mal? En su poder Infinito, Dios podría
			siempre crear algo mejor (cf S. Tomás de A., s. th. I, 25, 6). Sin embargo,
			en su sabiduría y bondad infinitas, Dios quiso libremente crear un mundo
			"en estado de vía" hacia su perfección última. Este devenir trae
			consigo en el designio de Dios, junto con la aparición de ciertos seres, la
			desaparición de otros; junto con lo más perfecto lo menos perfecto; junto
			con las construcciones de la naturaleza también las destrucciones. Por tanto,
			con el bien físico existe también el mal físico, mientras la
			creación no haya alcanzado su perfección (cf S. Tomás de A., s. gent. 3,
			71).
			
			311 Los ángeles y los hombres, criaturas inteligentes
			y libres, deben caminar hacia su destino último por elección libre y amor de
			preferencia. Por ello pueden desviarse. De hecho pecaron. Y fue así como el
			mal moral entró en el mundo, incomparablemente más grave que el mal
			físico. Dios no es de ninguna manera, ni directa ni indirectamente, la causa
			del mal moral, (cf S. Agustín, lib. 1, 1, 1; S. Tomás de A., s. th. 1-2, 79,
			1). Sin embargo, lo permite, respetando la libertad de su criatura, y,
			misteriosamente, sabe sacar de él el bien:
			
Porque el Dios Todopoderoso... por ser soberanamente bueno,
no permitiría jamás que en sus obras existiera algún mal, si El no fuera
suficientemente poderoso y bueno para hacer surgir un bien del mismo mal (S.
Agustín, enchir. 11, 3).
			312 Así, con el tiempo, se puede descubrir que Dios,
			en su providencia todopoderosa, puede sacar un bien de las consecuencias de un
			mal, incluso moral, causado por sus criaturas: "No fuisteis vosotros,
			dice José a sus hermanos, los que me enviasteis acá, sino Dios... aunque
			vosotros pensasteis hacerme daño, Dios lo pensó para bien, para hacer
			sobrevivir... un pueblo numeroso" (Gn 45, 8;50, 20; cf Tb 2, 12-18 Vg.).
			Del mayor mal moral que ha sido cometido jamás, el rechazo y la muerte del
			Hijo de Dios, causado por los pecados de todos los hombres, Dios, por la
			superabundancia de su gracia (cf Rm 5, 20), sacó el mayor de los bienes: la
			glorificación de Cristo y nuestra Redención. Sin embargo, no por esto el mal
			se convierte en un bien.
			
			313 "Todo coopera al bien de los que aman a
			Dios" (Rm 8, 28). E1 testimonio de los santos no cesa de confirmar esta
			verdad:
			
Así Santa Catalina de Siena dice a "los que se
escandalizan y se rebelan por lo que les sucede": "Todo procede
del amor, todo está ordenado a la salvación del hombre, Dios no hace nada
que no sea con este fin" (dial.4, 138).Y Santo Tomás Moro, poco antes de su martirio, consuela a
su hija: "Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que El
quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor" (carta).Y Juliana de Norwich: "Yo comprendí, pues, por la
gracia de Dios, que era preciso mantenerme firmemente en la fe y creer con
no menos firmeza que todas las cosas serán para bien..." "Thou
shalt see thyself that all MANNER of thing shall be well" (rev.32).
			314 Creemos firmemente que Dios es el Señor del mundo
			y de la historia. Pero los caminos de su providencia nos son con frecuencia
			desconocidos. Sólo al final, cuando tenga fin nuestro conocimiento parcial,
			cuando veamos a Dios "cara a cara" (1 Co 13, 12), nos serán
			plenamente conocidos los caminos por los cuales, incluso a través de los
			dramas del mal y del pecado, Dios habrá conducido su creación hasta el
			reposo de ese Sabbat (cf Gn 2, 2) definitivo, en vista del cual creó
			el cielo y la tierra.
			
Resumen
			315 En la creación del mundo y del hombre, Dios
			ofreció el primero y universal testimonio de su amor todopoderoso y de su
			sabiduría, el primer anuncio de su "designio benevolente" que
			encuentra su fin en la nueva creación en Cristo.
			
			316 Aunque la obra de la creación se atribuya
			particularmente al Padre, es igualmente verdad de fe que el Padre, el Hijo y
			el Espíritu Santo son el principio único e indivisible de la creación.
			
			317 Sólo Dios ha creado el universo, libremente,
			sin ninguna ayuda.
			
			318 Ninguna criatura tiene el poder Infinito que es
			necesario para "crear" en el sentido propio de la palabra, es decir,
			de producir y de dar el ser a lo que no lo tenía en modo alguno (llamar a la
			existencia de la nada) (cf DS 3624).
			
			319 Dios creó el mundo para manifestar y comunicar
			su gloria. La gloria para la que Dios creó a sus criaturas consiste en que
			tengan parte en su verdad, su bondad y su belleza.
			
			320 Dios, que ha creado el universo, lo mantiene en
			la existencia por su Verbo, "el Hijo que sostiene todo con su palabra
			poderosa" (Hb 1, 3) y por su Espirita Creador que da la vida.
			
			321 La divina providencia consiste en las
			disposiciones por las que Dios conduce con sabiduría y amor todas las
			criaturas hasta su fin último.
			
			322 Cristo nos invita al abandono filial en la
			providencia de nuestro Padre celestial (cf Mt 6, 26-34) y el apóstol S. Pedro
			insiste: "Confiadle todas vuestras preocupaciones pues él cuida de
			vosotros" (I P 5, 7; cf Sal 55, 23).
			
			323 La providencia divina actúa también por la
			acción de las criaturas. A los seres humanos Dios les concede cooperar
			libremente en sus designios.
			
			324 La permisión divina del mal físico y del mal
			moral es misterio que Dios esclarece por su Hijo, Jesucristo, muerto y
			resucitado para vencer el mal. La fe nos da la certeza de que Dios no
			permitiría el mal si no hiciera salir el bien del mal mismo, por caminos que
			nosotros sólo coneceremos plenamente en la vida eterna.