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Aquí 
queremos hablar de cómo han de ser las relaciones que anteceden al 
matrimonio, para que alcancen su verdadero fin -no demasiado lejano: la 
constitución de una familia edificada sobre la fidelidad de un amor 
conyugal abierto a la vida.  
Uno de los más prestigiosos siquiatras contemporáneos, Victor Frankl, en su obra Psicoanálisis y existencialismo, afirma: hasta 
en el amor entre los sexos no es lo corporal, lo sexual, un factor 
primario, un fin en sí, sino simplemente un medio de expresión. El amor 
puede existir sustancialmente, aun sin necesidad de eso. Donde sea 
posible lo querrá y lo buscará; pero, cuando se imponga la renuncia, el 
amor no se enfriará ni se extinguirá (...) El amor auténtico no 
necesita, en sí, de lo corporal ni para despertar ni para realizarse, 
pero se sirve de ello para ambas cosas.  
El hombre es un compuesto de alma espiritual y cuerpo, para 
quien de veras ame, la relación física, sexual, no es sino un medio de 
expresión de lo que constituye el verdadero amor, es decir, de la 
relación espiritual...(H. Vitae) 
Aplazando la satisfacción del impulso sexual se logra algo muy 
esencial: la profundización en la dimensión espiritual del amor, que es 
la que está llamada a permanecer por encima de todos los avatares 
físicos o síquicos que una larga vida puede deparar.  
El sacrificio que supone la continencia enseña a amar con el alma, 
con la mente y con la voluntad, que es lo más perfecto y digno que hay 
en el hombre. Este sacrificio es la primera gran donación que se debe a 
la persona amada, la primera manifestación de un amor verdaderamente 
personal.  
A veces uno de los novios -con más frecuencia él- exige del otro la entrega corporal como prueba del amor. Ahora bien, un amor que exige pruebas está pronunciando su propio veredicto, dice J. Fischer. Lo propio del amor es dar, no tomar o poseer.  
Amor es sacrificio -escribía Pemán-, y para ser feliz hay que saber mirar las flores sin arrancarlas. 
¿Qué sucede si son arrancadas? Que al poco tiempo se encuentra en las 
manos una flor ajada, marchita, sin misterio y sin encanto, sin aroma y 
sin color, apolillada.  
Respecto a los actos que naturalmente llaman a la plena relación 
sexual, no se puede realizar aquello cuya natural consecuencia sea 
precisamente lo que se trata de evitar. Yo no puedo tirar una piedra 
enorme contra un cristal si no quiero romperlo, y si la tiro, por más 
que proclame que no quería romper el cristal, lo quise.  
En muchas cosas de la vida, el qué depende del cómo o del cuándo. El cómo y el cuándo a menudo modifican el qué, y lo transforman profundamente.  
El discurrir del río por su cauce es plácido y fecundo. Cuando se 
sale de ahí, más que río es una potencia desmesurada, un monstruo 
cruel, que arrasa cuanto encuentra a su paso. El agua es saludable 
según cómo se encuentre. Si está contaminada, una gota puede bastar 
para llevar al cementerio.  
En la conducta humana, lo que hacemos, depende en buena parte del cómo y cuándo 
lo hacemos. Concretamente, si es usada la genitalidad en el contexto 
que le es propio, al servicio del amor auténtico, ordenado a la vida, 
entonces no sólo es algo bueno, sino que hasta puede ser santo.  
Los que buscan el goce físico antes del matrimonio se dejan casi 
inevitablemente arrastrar hasta centrar en él sus sentimientos y llegan 
así al matrimonio, viendo ante todo en el otro un instrumento de placer 
que el matrimonio permite siempre utilizar a voluntad. Cambiar de 
visión después del matrimonio resulta muy difícil.  
La búsqueda del goce sexual antes del matrimonio inclina el 
espíritu a no ver en ello más que una satisfacción personal y natural 
en sí, con lo cual se le hace a uno mismo difícil ligarla al conjunto 
de la vida (Lecreq).  
Un informe de la Union Internationel des Organismes Familiaux (München), decía lo siguiente: Las 
relaciones sexuales completas, y también las caricias que producen el 
orgasmo, ejercen una fascinación en los enamorados que les impide 
normalmente comprobar y apreciar con exactitud los demás elementos de 
la armonía matrimonial, en especial los psíquicos y los espirituales. 
De ello se desprende frecuentemente el desengaño después de la boda, 
que es tanto más grave cuanto que los factores despreciados apenas 
pueden recuperarse después. Por el contrario, cuando la adaptación 
psíquica y espiritual se produce con plena conciencia, la base es más 
sólida y la experiencia sexual dentro del matrimonio se enriquece y se 
rejuvenece cada vez más.  
Las experiencias sexuales prematrimoniales, lejos de ayudar al 
amor, lo deforman. El que llega al matrimonio sin aportar a él la 
integridad de su impulso emocional es como un corredor que se hiere en 
el pie antes de alinearse para la carrera. No hay pues medio de 
prepararse al matrimonio por experiencias carnales... Por eso no debe 
extrañar ni escandalizar que los casados tengan que comenzar por un 
aprendizaje, pasen por un período de tanteos y que su comportamiento 
sea a veces torpe. Es inevitable y hay que decir y repetir con 
insistencia que el aprendizaje del matrimonio es imposible antes del 
matrimonio. Hay que decirlo y repetirlo, porque se intenta sin cesar 
eludirlo (Lecreq).  
La peculiar estructura biológica manifiesta con deslumbrante 
claridad que la relación genital está intrínsecamente ordenada a la 
procreación. Incluso en el caso de matrimonios estériles; en éstos 
sucede algo semejante a la ceguera: los ojos no pueden ver, pero en 
todo caso, la razón de ser del ojo es la vista; toda su estructura y 
contexto está ordenado intrínsecamente a la visión.  
Como se trata de procreación humana, conlleva la educación 
de los hijos que resulten concebidos. Y, la dignidad de la persona 
humana, exige que lo sean en el seno de una verdadera familia, es 
decir, con garantía de estabilidad y posibilidades de educación 
adecuada, lo cual sólo se cumple en el matrimonio indisoluble.  
En efecto, en el trato entre personas, dar la mano no es lo mismo que dar la pezuña: 
dar la mano es un acontecimiento espiritual; es dar algo del espíritu, 
la amistad, la comprensión, quizá el perdón, la lealtad, etcétera. La 
mano no es simplemente un trozo de carne, de huesos, nervios, venas y 
uñas. Dar la mano es dar algo del núcleo personal. Por lo mismo, la 
entrega total del cuerpo, es también entrega total de la persona, lo 
cual sólo tiene sentido en el matrimonio.  
Precisamente por esa significación espiritual y la finalidad del 
acto conyugal, ordenada al amor y la vida, la misma unión resulta 
ilegítima y contraria a la naturaleza del acto fuera del ámbito de la 
unión matrimonial indisoluble. La plena unión sexual significa, en 
efecto, el hacerse una sola carne.   
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