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Muchas 
personas no tienen hoy, desafortunadamente, ningún interés por la 
verdad, aunque la traen a flor de labios. Para la mayoría, lo 
importante es la simpatía que uno siente hacia una determinada idea, y 
el modo como a uno le afecta, y no tanto si corresponde o no con la 
verdad objetiva. Esto es muy cómodo, desde luego. ¡Tú cree lo que 
quieras creer; yo creeré lo que yo quiera, y todos estaremos felices! 
Esto es pluralismo, ¿no es así? Esto es respeto mutuo. Cada uno tiene sus propias ideas sobre religión y política; acerca del aborto y del matrimonio, y basta. 
A Juan le encantan las zanahorias. Para Martha, en cambio, las 
zanahorias no son nada del otro mundo; pero le fascina el tomate. Ahora 
bien, ¿por qué Martha habrá de consumir sus energías predicando las 
glorias y beneficios del tomate si Juan está feliz son sus zanahorias? 
En pocas palabras, ¿qué derecho tiene uno de imponer su manera de 
pensar a otro? 
Cuando se trata de preferencias culinarias, este razonamiento es 
correcto. No tengo por qué imponer mis puntos de vista, simplemente 
porque son mis puntos de vista, mis preferencias, mis gustos. Pero la 
verdad no es como las verduras. La verdad es algo más que mi modo de 
ver las cosas; la verdad es la realidad de las cosas en sí mismas. Y 
esto vale no sólo para lo que es posible demostrar con pruebas 
matemáticas, sino para todo lo que es. La verdad se impone por sí misma y exige ser escuchada.  
En cierto sentido se podría decir que el conocimiento nos hace 
menos libres. Una vez ue descubro que la luna es un pequeño astro en el 
que no hay vida, ya no tengo libertad para considerarla un disco de 
plata, o una tajada circular de un queso Roquefort. Mientras más sé, 
menos libre soy de pensar lo que quiera. Si te cuesta aceptar esto, 
intenta creer que 2+2 es igual a 256. Por mucho que te fuercen, tu 
mente no podrá convencerse de que 2+2 es igual a otra cosa que no sea 
4. Esto se debe a que nuestra inteligencia no es una facultad libre. 
Busca siempre la verdad. 
Normalmente este tipo de conocimiento no nos causa gran problema, 
porque no repercute en nuestro estilo de vida. Pero si una determinada 
verdad va a cambiar mi vida en la práctica, encontraré seguramente más 
dificultad para aceptarla, por miedo a que me corte las alas. Esta es 
la razón por la que se discute tan poco entre los cristianos el 
misterio de la Santísima Trinidad, mientras que las enseñanzas de la 
Iglesia sobre el aborto y los anticonceptivos son un perpetuo campo de 
batalla. Y esto no porque el misterio de la Santísima Trinidad sea más 
fácil de entender que la ética sexual; al contrario, es más difícil. 
Simplemente, cuando nuestra forma de vivir se ve amenazada, la búsqueda 
desinteresada de la verdad requiere una elevada dosis de honestidad 
personal.  
El notable escritor italiano Alessandro Manzoni escribió en una 
ocasión que si el aceptar algunas verdades matemáticas tuviese 
consecuencias más prácticas en nuestra vida, veríamos muchos debates 
sobre la validez del teorema de Pitágoras. 
Y sin embargo, en un sentido más real y de mayor importancia, el 
conocimiento, es decir, la verdad, nos libera. Cuando conozco me libero 
de la duda, de la ignorancia y del error, y adquiero una mayor 
capacidad para tomar mejores decisiones. Para ser verdaderamente libres 
hemos de cultivar la adhesión incondicional a la verdad.  
Tomado del libro: Construyendo sobre roca firme 
Más artículos sobre el tema:
  Las diversas caras de la libertad
  El valor de la libertad
  ¿Compañeros irreconciliables?
  El mayor triunfo 
 
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