Oración para imitar a San Charbel
Señor te pedimos que nos concedas el espíritu de oración, humildad y
penitencia que concediste al monje libanés san Charbel Makhluf, para que te
sirvamos con ferviente corazón.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Señor te pedimos que nos concedas el espíritu de oración, humildad y
penitencia que concediste al monje libanés san Charbel Makhluf, para que te
sirvamos con ferviente corazón.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Señor Jesús:
Gracias por las madres que nos has dado.
Los más nobles sentimientos que tenemos,
los sembró en nosotros nuestra madre:
la fe, la honestidad, el amor al trabajo.
Señor Jesús:
En esta hora de retos y desafíos,
las madres necesitan de tu ayuda:
para atender a la casa y al trabajo,
para hacer de padre y madre,
para educar en los valores cristianos,
para defenderse de la tentación,
para no caer en el pecado.
Señor Jesús:
En 1994 dos americanos respondieron una invitación que les hiciera llegar el Departamento de Educación de Rusia, para enseñar Moral y Ética basados en principios Bíblicos. Debían enseñar en prisiones, escuelas públicas y en un gran orfanato. En el orfanato había casi 100 niños y niñas que habían sido abandonados, y dejados en manos del Estado. De allí surgió esta historia relatada por los mismos visitantes:
Veni, Creátor Spíritus,
mentes tuórum vísita,
imple supérna grátia,
quae tu creásti péctora.
Ven, Espíritu creador,
visita las almas de tus fieles
y llena de la divina gracia
los corazones que Tú mismo creaste.
Qui díceris Paráclitus,
donum Dei, altíssimi,
fons vivus, ignis, cáritas
et spiritális únctio.
Visita, Señor, esta habitación: aleja de ella las insidias del enemigo; que tus santos ángeles habiten en ella y nos guarden en paz, y que tu bendición permanezca siempre con nosotros. Por Jesucristo, nuestro Señor. Así sea.
Jesús, José y María,
os doy el corazón y el alma mía.
Jesús, José y María,
asistidme, en mi última agonía.
Jesús, José y María,
recibid, cuando yo muera en paz, el alma mía.
Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado.
Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado: contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que
aborreces.
En la sentencia tendrás razón,
en el juicio resultarás inocente.
Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.
Padre bueno, dueño de la mies,
escucha la oración de tus hijos.
concédenos muchas y muy santas
vocaciones sacerdotales,
consagradas y laicales, garantía de vitalidad para el porvenir de tu Iglesia. Haz que los sacerdotes,
los consagrados y los laicos
seamos testimonio de caridad
por nuestra total entrega a ti
y a nuestro prójimo, danos a todos sabiduría para descubrir tu llamado y generosidad para responder con prontitud.
Dios, concédeme comprender mejor a mis padres, y saber devolverles amor por amor.
Si yo no puedo amarlos como antes es que debo amarlos mas.
No ya como un niño que balbucea, sino como un hombre que sabe lo que tiene que decir, y que expresa su alma en un lenguaje dulce y fuerte.
Yo me acercaré a mi padre y a mi madre, que sufren por mí, y cuyo trabajo hasta ahora no he apreciado.
Esta noche diré y repetiré, con más comprensión que otras veces, la antigua oración de mi infancia:
Señor: tu también tienes una Madre. La tuya está en el cielo. Es María, pero en algún tiempo estuvo en la tierra. Ayúdanos. pues, a pedir por nuestras madres, aunque tu no necesitas pedir por la tuya. Ellas -nuestras madres- siempre están pidiendo por nosotros. Justo es que nosotros alguna vez pidamos por ellas.
De las madres se han dicho cosas bellísimas. Todas se las merecen ellas.