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Sufrimos y morimos un poco todos

Caminamos por la vida. A lo largo del sendero vamos encontrando miles de objetos, plantas, insectos, animales más complejos, hombres y mujeres. Cada uno nos dice algo distinto. Algunos seres, como las baldosas del suelo, apenas sí entran un instante en el ángulo visual de nuestra retina para desaparecer, humildemente, tras las pisadas de nuestros zapatos. Otros seres, como un mosquito molesto en una noche de bochorno, nos impacientan y nos inquietan, nos despiertan y nos hacen estallar en palabras de queja o de rabia desesperada.

Sólo Cristo puede llenar de dicha el corazón del hombre

Más de dos millones de jóvenes estaban reunidos ese domingo 20 de agosto de 2000 en una explanada de Tor Vergata (Roma). El amanecer había sido agradablemente fresco. Muchos jóvenes no se lo esperaban, después de las jornadas anteriores, caracterizadas por el fuerte calor. El sol, sin embargo, salió con nuevos bríos, y pronto hizo sentir toda la fuerza que suele exhibir en el mes de agosto.

Sombras

Nos enamoramos de un atardecer, de un paisaje, de unos ojos que nos miran con cariño, de un libro que nos habla al corazón o de un monumento que evoca hazañas del pasado. Nos alegra el canto de un jilguero, el juego de un grupo de niños que viven (parece) sin problemas, la ternura que envuelve a dos enamorados en una banca de la plaza. Nos rejuvenece una brisa de verano en la cara, el baile de las olas en la playa, el capricho de los colores en primavera.

Solidarios en la misericordia

Solidarios en la misericordia

Uno de los daños más graves del pecado consiste en su fuerza aislante: nos encierra en nosotros mismos, rompe nuestra unión con la Iglesia y con los demás, nos hace más egoístas, nos aparta del amor.

Es cierto que a veces hacemos pecados “en compañía”, incluso en un ambiente de fiesta, de diversión. Pero luego, el mal cometido, el egoísmo presente en cada falta, nos hace extraños o enemigos de los de casa, incluso de quienes fueron compañeros del delito.

Sintonizar con Cristo

Hay lugares donde se percibe de un modo más intenso la presencia de Dios. Un santuario, una meta de peregrinaciones, toca los corazones de los hombres y mujeres que acuden a rezar, a contemplar, a pedir perdón o a dar gracias.

Otros perciben la cercanía de Dios en algunos fenómenos naturales, como se relata en el Antiguo Testamento: en el viento, la lluvia, el terremoto, el fuego, la fuerza de algunos animales.

Si no fuera pecado, ¿lo haría?

Si no fuera pecado, ¿lo haría?

Una “buena tentación” es aquella que repite una y otra vez: “si me sigues, si cedes sólo por esta vez, si dejas el rigorismo, si te permites este pecadillo, ganarás mucho y perderás muy poco”. Ganar mucho dinero con una trampilla, o lograr un rato de diversión pecaminosa después de una semana de tensiones en el trabajo o en la familia, o conseguir un buen contrato a base de calumniar a un amigo, o...

Si Dios quiere...

En otros tiempos se repetía, casi como un estribillo, la frase “si Dios quiere”. Quizá alguno la usaba tantas veces que hizo que perdiese su sentido, que dejase de significar algo concreto.

Hoy en día resulta extraño escuchar a alguien que añada, al inicio o al final de su discurso, la vieja frase. Esto nos permite usarla con más atención, con más conciencia, dándole todo su significado.