Padre Fernando Pascual L.C.
Peleas por la herencia
Es triste cuando llegan ante el juez hermanos o familiares que están peleados por la herencia. Murió el abuelo o el padre, dejó algo o mucho a sus hijos, nietos y familiares. La muerte del ser querido, que podría convertirse en un momento de unidad de quienes participan de la misma sangre, marca el inicio de un calvario de enfrentamientos, acusaciones, rabias, por un puñado de dinero, por un edificio o unas tierras, por cosas materiales que duran lo poco que puede durar una vida.
Puedo enseñar a un niño a sumar, a desmontar y montar un tren eléctrico, a respetar las reglas del fútbol o del baseball. Puedo enseñarle a limpiarse las manos antes de comer, y a dar las buenas noches a los abuelos antes de acostarse. Puedo enseñarle a pedir perdón al hermanito cuando ha habido algo más que malas palabras, y a que ayude a una persona anciana que quiere cruzar la calle. Puedo enseñarle a juntar sus manitas, antes de dormir, para repetir conmigo algunas oraciones sencillas a Jesús y a la Virgen.
Pero... que venga bien
Antes de casarse, los novios viven unos momentos de especial cariño y, a la vez, dibujan idealmente lo que podría ser el futuro de su matrimonio. Piensan en la casa, en los muebles, en las actividades que realizarán, en los hijos.
Al pensar en sus hijos, notan que algo escapa al control de sus ilusiones. Comprar tal o cual televisor es fácil: lo vemos en la tienda, nos consultamos, y, si el vendedor lo permite, lo llevamos a casa unos días de prueba.
El hijo pregunta a su papá: “papá, ¿por qué me has dado la vida?” El papá responde: “porque amaba a tu madre”.
El ejemplo, presentado por un obispo italiano, monseñor Carlo Caffarra, pone el amor como el primer paso de la fecundidad, de la vida, en aquellas parejas que quieren vivir unidas bajo el signo de la entrega mutua.
Cada nuevo hijo nace gracias a otros, depende de otros en su existencia. Esta dependencia explica las profundas relaciones que se establecen entre el hijo y sus padres.
En el mundo de la medicina el acuerdo es general: si promovemos modos saludables de vivir, habrá muchas menos enfermedades, se ahorrarán millones de dólares en hospitales y medicinas, la gente será más feliz durante muchos años.
La familia es el pilar de la sociedad y la escuela más efectiva para aprender los valores humanos y cristianos. El núcleo familiar puede enriquecerse de manera constante para que cumpla su misión dentro de la sociedad y de la Iglesia. Para esto, ofrecemos tres fórmulas que pueden ayudarles: poner a Dios en el centro; desempolvar las relaciones intrafamiliares y asignar a la familia su verdadera jerarquía.
1.Colocar a Dios como el centro de la propia vida familiar
Se habla mucho de la importancia de la mujer como esposa, como madre, como trabajadora, como responsable de la vida pública... En cambio, se habla poco del varón como esposo, como padre, como trabajador, etc.
Si ser madre no es fácil, ser padre tampoco. Las dos figuras están unidas de modo inseparable: no puede haber madre sin padre, ni padre sin madre.
Pasó hace pocos días, en este mes de agosto de 2004. Un señor llega a su casa, en un rincón de Florida. Está cansado del trabajo, oprimido por el calor.
Su esposa le recibe, se acerca y le dice:
-Siéntate, te tengo una sorpresa.
Él se sienta en el sofá, y ella le trae... un vaso de agua con hielo.
La vida a veces nos vapulea. Subimos, bajamos, estamos bien y al rato nos tienen que sacar del cubo de la basura. Hoy compramos un billete para ir de vacaciones a tal lugar, y mañana quisiéramos romperlo para quedarnos más tiempo con la familia o los amigos.
Nuestras decisiones tienen muchos ingredientes. Análisis fríos, emociones calientes, presiones de los de casa o en el trabajo, intuiciones y miedos: todo se mezcla y, de repente, decidimos.
Reflexión del libro “Abrir ventanas al amor”