Padre Fernando Pascual L.C.
"El esplendor de la verdad brilla en todas las obras del Creador". Con estas palabras empezaba la gran encíclica del Papa Juan Pablo II sobre la vida cristiana, sobre nuestra moral, publicada con fecha 6 de agosto de 1993. Las dos primeras palabras de la encíclica son Veritatis splendor, "el esplendor de la verdad".
Vale la pena detenerse en estas dos palabras, y desde ellas pensar en lo que nos quería decir el Papa, que, en definitiva, deseaba ofrecernos una motivación y un recuerdo de lo que debe ser nuestra vida como cristianos.
El poder atrae. Tener fuerza, conseguir un arma nueva, usar la astucia o la inteligencia, ser capaces de vencer, incluso con trampas, las dificultades o problemas que nos oprimen: es algo que nos tienta. A todos nos gustaría un poder tal que nos permita dominar el mundo, para arreglar los males, imponer justicias y fomentar bondades.
Para algunos promotores de opinión, hay que excluir en las leyes y en los laboratorios cualquier criterio ético que tenga sabor a cristiano. Nos dicen que vivimos en una sociedad pluralista, por lo que la religión no debería tener ninguna palabra a la hora de discutir normas que ayuden a regular la vida pública, pues hay muchas personas que no tienen ninguna fe.
¿El consenso o la verdad?
El árbol caído está ahí, al alcance de todos. Cualquiera puede llegar para arrancar sus ramas, partir su tronco, usar su leña para el fuego o para las mil posibilidades de la carpintería.
Entre las historias de los mártires de los primeros siglos encontramos casos de soldados (algunos de ellos no eran ni siquiera cristianos), que se negaron a obedecer: no quisieron asesinar a hombres o mujeres acusados del “delito” de seguir a Jesucristo.
Algo parecido ha ocurrido en diversos lugares del mundo moderno. Queremos evocar ahora dos casos de México. Están narrados en los relatos del martirio de dos sacerdotes mexicanos canonizados recientemente por Juan Pablo II.
Todo hombre quiere ser feliz. No todo hombre es feliz. Estas dos sencillas frases hacen que nazca una pregunta: ¿puede ser feliz cualquier hombre?
Nuestra vida daría un vuelco si encontrásemos la manera de realizar tantos proyectos que llevamos en el corazón sin que nadie nos lo impidiese. O, mejor, sin que nadie nos viese...